La adopción de Rosita – por Almudena Ojeda
Pensando en la sencillez de las cosas, hoy precisamente he recordado una de las experiencias más gratificantes de mi último año que, justamente, resultó bastante sencilla.
Esa experiencia fue conocer a Rosita y, por así decirlo, “darla en adopción”.
Aún era verano cuando sonó mi teléfono para avisarme de que fuera a verla. La habían encontrado en la calle. Era una cachorrita que no llegaba a los tres meses. De pelo corto marrón y negro, a juego con sus ojos, se escondía asustada.
Cuando yo llegué, me la encontré jugando con quienes le habían ofrecido su confianza. Le dieron comida, y la llevamos al veterinario. A partir de ahí, empezamos a buscarle una familia. Y fue una búsqueda sencilla.
Esa noche la pasó conmigo, al igual que las dos siguientes. Y aunque le preparé una cama en el suelo, quería sentir el calor, al abrazo que le faltaba. Así que yo, que no pude resistirme, acabé por subirla a la mía. Durmió conmigo sin despegarse de mi hombro, y puedo asegurar que me encariñé mucho.
Pero ella no se quedaría conmigo. A los dos días fuimos a pasear y, mientras lo hacíamos, una señora se cruzó entre nosotros. En ese momento, la pequeña Rosa la siguió, como si la estuviera eligiendo para hacer su vida. Ahí comprendí que se iría con ella.
La señora se giró y…
- “¿La quiere? –le pregunté.
- Sí. –Me contestó, sin apenas dudar un segundo.
Entonces me contó que su marido y ella habían cuidado de un perro durante once años, y que hacía apenas unos meses, había muerto. Amaban a los animales, y ahora estaban buscando una hembra.
Al día siguiente, y tras consultarlo con su esposo, Rosa se fue con ellos. Y, eso sí, pasó a llamarse Kenia.
Almudena Ojeda